Desastrosa K

Miro la tumba frente a mí, y leo la inscripción en la lápida.

“Keila Zapata”. 2001-2018

El día está nublado, aunque no llueve, el viento a mi alrededor es todo lo que escucho, y todo lo que percibo es el pedazo de piedra frente a mi que sale de la tierra ahora llena de pasto.

Un tarareo infantil justo a mi lado me distrae de mis pensamientos. Cada vez que vengo al mismo lugar, los recuerdos me atacan. Recuerdos de aquella aventura en mi adolescencia, con la rubia de la que me enamoré. La chica que maté.

—Puedes llamarla como quieras —había dicho, justo antes de entregarme un pequeño cuerpo envuelto en mantas. —Solo cuídala, cuando yo ya no esté.

—Vamos, Kali. Mañana vendremos a visitar a Mamá Kei. —Tomo su mano. Siempre se aburre y empieza a tararear cuando venimos al cementerio, pero no puedo permitir que se nos olvide quién es su verdadera madre. Empiezo a caminar para salir del lugar.

Solo intento no dejar que los recuerdos me llenen la mente.

Dominique

—¿Ya viste a esa chica? Solo imagínate, un embarazo a esta edad ¡y con sus calificaciones!

—Qué horror de vida, es una rubia estúpida. Si yo fuera ella, definitivamente me suicidaría.

Escuchaba sus voces de fondo, y sus comentarios me hacían sentir incómoda. Cuando veía a esa chica desde lejos, no sentía que fuera justo degradarla a solo una rubia tonta. Aunque sí me daba algo de lástima.

Siempre llevaba el cabello rubio suelto, y sombras oscuras en los ojos. Usaba un labial oscuro que resaltaba sus gruesos labios. Además, sospechaba que las ojeras bajo sus ojos no eran maquillaje. Aún no tenía una panza muy notoria, pero era lo suficiente para entender su condición con solo un vistazo. Su piel era bronceada y parecía que le gustaba usar botas negras, llamativas. Por mucho que tuviera un aspecto intimidante u oscuro, a mi me parecía muy guapa.

—¿No crees que es estúpida, Dominique?

—No. —Me miraron con confusión, y yo enfoqué con interés mis ojos sobre la susodicha. —No sabemos porqué ha tomado las decisiones que ha tomado. No creo que sea estúpida solo por lo que ustedes dicen.

Se miraron entre ellas con incomodidad y luego una carraspeó.

—Sí, bueno, la maestra ya va a llegar, mejor que pongamos atención a la clase.

Para cuando la clase acabó, y yo empezaba a guardar mis cosas, oí que la maestra llamó a mi nombre.

—Dominique, querida, ¿podrías quedarte un pequeño momentito para hablar antes de que te vayas?

A pesar del desconcierto, asentí la cabeza como afirmación.

Ví a toda la clase abandonar el salón, a excepción de la chica sobre la que hablaban frente a mí hace rato atrás.

—Bien, Dominique, verás… Es sobre tu compañera Keila. —A la distancia noté que soltó un resoplido.

—Esto es inútil.

—¿Qué tengo que ver yo con ella?

—Verás, eres la mejor alumna de tu clase, y tu rendimiento es realmente notable. Creo que todos sabemos que tienes un increíble desempeño en tus calificaciones, y pues… Ya que eres todo lo contrario a Keila, por así decirlo, estaba pensando que quizás podrías ayudarla en sus estudios. Como una tutora, ya sabes.

—Qué forma más disimulada de decir que soy la peor estudiante, ¿eh?

—Ay… Keila, eso no es lo que insinuaba, por favor. Tú…

—¿Y por qué debería hacerlo? —dije yo.

Ambas se callaron.

—No necesitas hacerlo, nadie te está obligando, genia.

En ese momento la miré con profundidad. La verdad, ni siquiera yo sabía qué intentaba buscar en sus ojos, qué estaba tratando de encontrar en su mirada. Simplemente me perdí de lleno en nuestro contacto a la distancia, por alguna extraña razón. Entonces una voz extra me recordó que no estábamos solas.

—Te subiré puntos. Sería una actividad extra y un gesto realmente generoso, por favor. Te lo recompensare con puntos extras, tantos como los que seas capaz de hacer que Keila suba en sus calificaciones. ¿Te parece? Es un trato genial ¿no? ¿Qué dices, Dominique?

Analicé con detenimiento la propuesta. Ciertamente podría ser una ayuda genial en mi promedio aquel trato. Solo tenía que enseñarle algunas cosas a la chica que todos consideraban desastrosa. Pasaría algo de tiempo con ella, a solas. Y ni siquiera sabía porque había pensado específicamente en ese detalle, pero aun así, no me tomó mucho decidirme de una vez.

Keila

Su cabello era negro, extremadamente oscuro. A veces, la veía desde la distancia, y me preguntaba si podría ver estrellas en su cabello, pues este era tan oscuro como la noche.

La observaba, claro, más a menudo de lo que me hubiera gustado admitir en ese momento, sin embargo era consciente de cada uno de sus rasgos, su piel pálida que parecía no conocer el sol, sus labios finos y rosados, su frente amplia y sus ojos caídos, de un verde tan oscuro que era casi imperceptible, pero yo lo percibía, así como el lunar bajo su ojo izquierdo que a menudo era escondido por esos grandes lentes que siempre usaba; a decir verdad, me intrigaba mucho el cómo se vería sin aquel pedazo de plástico y vidrios en su cara.

—Zapata. ¿me estás poniendo atención?

—Mierda, no me llames así, cuatro ojos. —Si el apodo por el que la acababa de llamar le afectó en lo más mínimo, no lo demostró, y creo que eso fue lo primero que me llamó la atención, además de su aspecto, claro.

—Escucha, cómo te decía, debemos empezar despejando equis, luego….

“Sus labios son lindos.” fue lo que pensé al ver como hablaba sin cesar, a pesar de que no pretendía poner atención a lo que decía.

Dominique Fuentes. Genia y rica, con la vida completamente resuelta. Y sin embargo, la adolescente más rara y extraña que había conocido a lo largo de mis eternos diecisiete años.

Sabía solo lo básico de ella: que no tenía amigos reales, y que toda su vida había estado estudiando en casa hasta el año que cursábamos actualmente, eso lo sabía todo mundo pues su familia no era precisamente una que pasara desapercibida fácilmente. Pero desde la primera vez que la había visto rodeada de esa bola de inútiles que se hacían pasar por sus amigos, supe que era rara; cualquiera podría ver a kilómetros que esas amistades eran lo más falso e interesado que se podía ser, y a pesar de todo, ella los mantenía cerca. Lo peor era que ni siquiera se preocupaba por mantener un carácter carismático, simplemente se dedicaba a hacer las tareas de sus amistades y su novio, y luego se dedicaba a pasar el rato con ellos con la cara de antipática más amargada que había visto en mi vida. Era extremadamente rara. Y me intrigaba.

—No me agradas. —Esperé a que volteara a verme ante mi comentario, pero una vez más, solo me ignoró y continuó con su tonta explicación sobre el libro frente a mi. —¿Por qué eres así? —Pasaron varios segundos en los que la miré fijamente, pero de alguna forma, ella seguía centrada en la maldita lección. Rápidamente me di cuenta de algo más en ella: Dominique no hablaba mucho, y cuando lo hacía, hablaba de forma directa, diciendo únicamente lo que quisiera decir o lo que pensara. —No me agrada tu novio —solté, con la esperanza de que finalmente reaccionara en lo más mínimo. Lo logré.

Me miró a media oración y finalmente dejó de lado lo que estaba intentando de “explicarme”.

—Bueno, al menos el mío no me deja embarazada.

Sabía que yo era quien la había estado presionando, pero oír esa frase fue suficiente para irritarme a mi.

—Muérete, maldita amargada antipática de mierda.

Y me fui.

Actualidad

Una vez que bajo del carro, me dispongo a introducir la clave de la entrada frente a mi para dejar a Kali, pero la puerta se abre antes de lo que esperaba y, para mi sorpresa, Olivia me dedica una sonrisa desde el interior de mi casa.

—Hola, hola, chicas. Llevo esperándolas acá desde hace rato. —Su tono amigable tan familiar me provoca una sonrisa.

—¡Tía Oliv! —Kali salta emocionada a los brazos de la mujer morena frente a nosotras, quien la recibe con el mismo nivel de emoción.

—¡Qué tal, chiquilla! El día de hoy seremos solo tú y yo, ¿de acuerdo?

—Muchas gracias por tu ayuda, Olivia. Empezaba a creer que tendría que dejar a Kali con mis padres.

—Oh, ni lo menciones. Lo que sea por esta pequeña princesa. —La “pequeña princesa” suelta una risa encantada ante el apodo. —Ve a hacer tus cosas, no te preocupes por nosotras.

Sonrío con alivio al ver lo entusiasmada que está Kali de pasar un rato con Olivia, siempre me ha parecido adorable la relación tan cercana que mantienen a pesar de no tener lazos de sangre.

—¡Adiós, mamá Dom!

—Adiós, amor, volveré pronto, ¿sí?

—Bueno, no te tardes. —La miro con cariño mientras voltea a ver a Olivia.

—¿Y bien? ¿Qué quieres hacer hoy, nena? —redirige su atención a la niña y con una sonrisa la levanta en sus brazos.

—¡Ver películas! —Kali responde ansiosa mientras entran.

—¡Muy bien! Entonces eso haremos. ¿Qué tipo de películas quieres ver?

—¡De princesas!

Oigo un poco de su conversación mientras se alejan. Sin embargo, rápidamente dejo de prestarles atención y vuelvo a perderme entre pensamientos:

“A Keila le gustaban las películas.”

Dominique

—¿Por qué sigues con esa gente? —El silencio del comedor a esa hora contrastaba mucho con sus constantes comentarios, pues la escuela había acabado hacía rato y solo seguían quienes tenían actividades extracurriculares o quienes tenían tutorías, como Keila y yo.

Había estado toda la sesión de tutoría repitiendo lo mismo: “¿Por qué eres así? ¿Por qué haces esto? Eres rara. Te ves muy antipática.” Y yo había estado toda la sesión de tutoría haciendo lo mismo: ignorándola.

Explicar la lección de filosofía frente a mí era más fácil que lidiar con ella, además, el estudio era algo conocido para mi.

—Por eso, Safo es considerada una de las más grandes poetas líricas de todos los tiempos. Se sabe que Platón la llamó "la décima musa", y…

—Tienes una frente muy grande. —Era lo primero que decía distinto.

Honestamente, traté de no reaccionar, pero me tomó desprevenida que hubiera dicho algo nuevo al fin. Dudé antes de seguir con lo que estaba diciendo, y finalmente respondí.

—Ya lo sé. No necesitas recordarme lo fea que es mi frente. —Mantuve mis ojos sobre el libro sin reaccionar con nada más que esa respuesta y procedí a terminar lo que estaba diciendo.

—Yo no dije que fuera fea. Eres linda.

Ahora sí, volteé a verla. No era muy expresiva, así que supongo que no se dio cuenta de mi escepticismo. Estaba bien consciente de que mi frente era grande y contrastaba con mis cejas gruesas, lo cual no me gustaba de mi. Tampoco me gustaba mi cabello lacio, opaco, y aburrido, así que oír aquel “eres linda” me pareció simplemente otra broma cruel de su parte. A esas alturas, tenía muy claro que Keila no abría la boca para nada que no fuera insultar.

—Pon atención. —Regresé mi atención al objetivo de aquel encuentro, intentando no desesperarme.

—Tus amigos son muy falsos.

Exasperada, contesté una vez más, deseando que se callara de una vez por todas.

—Ok. No te lo pregunté, pero ok.

Entonces oí cómo soltó una enorme carcajada sonora. Menos mal ese día no habíamos elegido la biblioteca para estudiar.

—Eres una mierda —exclamó riendo con diversión e incredulidad.

—Ok.

No satisfecha con mi respuesta, continuó con su discurso de odio.

—Eres una completa mierda —dijo, ya sin tanta risa. —Ruegas desesperadamente por atención y te arrastras de forma tan patética. Te ves completamente ridícula —exclamó, con una molestia que yo no entendía.

—Sabes, yo no soy a la que llaman estúpida o desastrosa en la cara.

—¡Pues claro que no! ¡Porque a ti te llaman mierda antipática a tus espaldas!

Lo sabía. Era perfectamente consciente de que decían ese tipo de cosas a mis espaldas, sin embargo, oírlo de su boca, de alguna forma hizo que se sintiera como una apuñalada de realidad. Me dolió.

No dije nada, no reaccioné. Solo tomé mis cosas. Luego me marché.

Ni siquiera me di la vuelta, ¿para qué? ¿para ver su sonrisa burlona? ¿para ver su sonrisa victoriosa? me había afectado, y odiaba admitirlo.

¿Por qué le importaba tanto molestarme? ¿Por qué tenía que meterse con algo así? ¿Por qué no me dejaba en paz? ¿Por qué tenía una risa tan cautivante? ¿Por qué su vibrante mirada me afectaba tanto que debía evitarla para no ponerme nerviosa?

Mientras me marchaba, mil preguntas se amontonaban en mi cabeza. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para ignorar la mirada que sentía sobre mi espalda.

Keila

Estaba terminando de limpiarme el rostro justo después de haber vomitado por nauseas. Apenas había bajado la cadena del inodoro cuando escuché dos voces irritantes del otro lado de la puerta, seguramente hablando frente al espejo.

—Y bueno, yo la verdad creo que es un desperdicio, ¿sabes? porque ¡él es tan lindo!

—¡Lo sééé! Y ella es… Bueno…

—Agh, no tienes porque suavizarlo, todos saben que Dominique es una perra insoportable, una completa amargada, ¡ni siquiera se puede hablar bien con ella!

—Cierto, lo más gracioso es que hasta Caleb piensa eso de ella, como el otro día que salimos sin esa estirada ¿no? ¡Él hasta la llamó cuatrojos sosa!—Ambas soltaron unas risas tan sonoras y agudas que no pude evitar pensar en un par de hienas.

Escuchar que alguien más, especialmente el malnacido inútil que se hacía llamar su novio, la llamaba cuatrojos, hizo que dejara de parecerme un sobrenombre gracioso o adecuado para ella.

—Ah… Pero en serio, ¡qué lástima que tenga que estar con ella! Si no fuera porque solo así consigue que ella haga sus proyectos y trabajos.

—Aunque es entendible ya que no es como si no hiciéramos lo mismo. Maldición, es toda una tortura tener que aguantarla, ¡si no fuera por toda esa ropa que ella paga!

—Sí, es verdad, pero a veces me pregunto si lo vale, ¿sabes? es decir, los bolsos son lindos y la ropa también, pero… Con lo aguafiestas que es, es imposible estar a su lado, ¡no la soporto!

Sin deseos de seguir escuchando toda esa mierda que no paraban de soltar, salí del cubículo en el que me hallaba tras dar una patada a la puerta para abrirla. Bastó una mirada a ambas para notar que me voltearon a ver con repulsión y molestia.

“Oh, el sentimiento es mútuo, zorras” pensé.

Poco después de que salí de los baños me dirigí a la cafetería con toda la intención de comprar algo para comer, después de todo, no podía controlar los antojos que me causaba el embarazo, aunque tampoco podía controlar las náuseas y vómitos, lo cual era mucho peor.

Mientras me encaminaba al lugar, seguía dándole vueltas a las palabras de aquellas bocazas, por más que no quisiera.

La habían llamado “aguafiestas”.

“Al menos no habla mierda a espaldas de otras como ustedes, que están llenas de mierda y son unas falsas asquerosas.”

Pero lo que más me resonaba era lo que habían dicho de su novio. Aquel idiota era incluso más hipócrita que cualquiera de esas dos.

—Buenos días, ¿qué va a llevar? —preguntó la mujer frente a mí cuando llegué a la barra de comidas.

Pronto, tomé asiento en una de las tantas mesas con el perro caliente que acababa de comprar y me dediqué a comer en completo silencio, totalmente ajena a las miradas sobre mi y los no tan discretos murmullos acerca de mi. Lo que no me esperaba era encontrarme con ella justo en ese momento.

Y era odioso, pero inevitable, tan pronto entraba al mismo lugar que yo, mis ojos no podían despegarse de ella. Realmente odiaba quedar hipnotizada por cada movimiento suyo, sentía una fascinación que no entendía, hasta que esa fascinación quedó opacada cuando llegó ese perro asqueroso que la besó con descaro. Observé cómo llegaron a la cafetería las mismas estúpidas de la charla en el baño, junto a aquella “aguafiestas” de la que hablaban y el novio de esta. Claro que todos se sentaron juntos.

Mi opinión sobre él era la misma desde la primera vez que lo había oído hablar sobre su novia sin ella presente, pues no era tan cuidadoso realmente.

Era un maldito que se hacía el perfecto frente a todos, pero solo hacía falta oír unas pocas palabras de lo que realmente pensaba. Era asquerosamente obvio la basura de persona que realmente era. Me preguntaba si ella tendría idea de la clase de persona que mantenía a su lado.

No me di cuenta del segundo en que mi puño se cerró con fuerza y rabia, solo sé que un fuego consumidor empezó a crecer en mi pecho cuando ví cómo él revolvía con libertad su cabello. Cuando aquellos labios finos que nunca había visto sonreír, eran atacados por lo que seguramente él creía que era considerado un beso. Cuando percibí la caricia con la que él recorrió su pálida clavícula y el agarre con el que sujetó su delgado cuello. Cuando se separó de él, y sus ojos lo admiraron con un brillo del que él no era digno en lo absoluto.

Por alguna razón, odiaba con fuerzas la vista de ellos dos, pero me era físicamente imposible dejar de verla a ella y su brillante cabello negro, sus desinteresados ojos oscuros y su suave piel pálida.

“Él no la merece.”

Abrí los ojos con asombro tan pronto ese pensamiento se me cruzó por la cabeza. No lo entendí en ese momento, ¿por qué me preocupaba tanto por esa antipática?

Luego, llegó un fuerte olor a queso me provocó una arcada que me devolvió de golpe a la realidad. Últimamente no soportaba ese olor, así que me apresuré a marcharme de ahí de inmediato. Esta vez, solo volteé atrás una vez.

Dominique

Oía la conversación de mis amigas mientras Caleb rodeaba mi cuello con el brazo, dejando su mano colgar sobre mi hombro.

—...fue una ingenua si creía que él iba a ser diferente con ella.

Como siempre, su conversación se basaba en meros chismes sobre personas que apenas conocían.

—¡Lo sé! ¿Pero sabes qué más me contó Ale?

—¿Qué?

Poco me interesaba lo que estaban contando, hasta que pronto mencionaron el nombre de ella.

—Que Mateo es el chico que dejó a Keila… embarazada —susurró con descaro.

—¿¡Quééé!? —respondió sorprendida con un chillido.

A pesar de que hasta ese momento había estado enfocada en estudiar e ignorarlas, aquella afirmación sobre Keila llamó mi atención. Me molestaba que su nombre despertara mi curiosidad, pero por alguna razón, no podía evitarlo. Y no era solo su nombre, era su historia, su actitud, su aspecto, pues deseaba no tener esas ganas de admirar cada facción suya, esas ganas de conocerla. Ansiaba eliminar esa necesidad de descubrir quién era Keila Zapata realmente.

—¡Sí! Me contó que, de hecho, Keila era de que súúúper popular en su antigua escuela porque era cómo que linda, buena onda y lista, ¡y no solo eso! ¡ella también salía con Mateo!

—Oh por dios, ¿esa estúpida también fue otra víctima del idiota de Mateo?

—¡Cómo no te imaginas!

—No te creo, ¡¿quééé?!

—¡Te lo juro!

Mateo.

“Qué feo nombre” pensé.

—Aunque fue súper raro, porque salieron como por un año entero, ¿sabes? un año entero en que él la estuvo engañando con media población femenina.

—Maldición, pobrecita, empiezo a sentir lástima por ella.

—Nah, para nada, esa desquiciada no merece lástima, ¡está loca! L-o-c-a.

—¿Y eso por qué?

Era desesperante lo lento que contaba todo lo que sabía, ¿por qué no podía soltarlo todo de una vez? ¿en serio tenía que ser interrumpida cada rato? Comenzaba a ser difícil fingir que estaba concentrada en el libro frente a mi. Por lo menos Caleb estaba distraído hablando con un amigo suyo y no tenía que preocuparme porque fuera a llamarme.

—Al parecer nunca rompieron oficialmente, un día ella simplemente dejó de venir a la escuela, Ale cree que fue cuando apenas empezaba su embarazo. Pero cuando volvió, había cambiado. ¡No tienes idea!, era completamente desastrosa, empezó a grafitear paredes de escuela a plena luz del día, amenazó a todas su amigas con tijeras o cualquier cosa filosa, atacó maestras a golpes y mordidas ¡e incluso mató un animal para dejarlo sobre la mesa del director!

—No puede ser, qué psicótica.

—¡En serio! ¡Estaba MAL de la cabeza! Incluso ellos se dieron cuenta, fue después de lo del animal que la expulsaron de una vez por todas.

—Y tenía que llegar a parar aquí…

De repente sentí que había escuchado demasiado, pues mientras intentaba procesar lo que acababa de oír, sentí que sus voces se desvanecían y mi atención se enfocaba en mis pensamientos.

¿Había matado a un animal? ¿Keila? Es decir, sí que parecía dañada de la cabeza, al menos así la veían todos, pero honestamente no parecía ser el tipo de persona que matara a un animal y luego siguiera adelante cargando al hijo de un hombre que la había engañado con descaro.

Pero aún así… ¿Cómo había pasado todo eso? ¿Cómo había cambiado tan drásticamente? Si había sido tan popular, ¿cómo había dejado tanta atención con tanta facilidad? atención como la que yo moría por tener.

Mientras ella había dejado de lado todo lo que yo deseaba tener, a mi me tocaba conformarme con aquel trato implícito que sostenía con mi círculo social. Ellos recibían regalos, trabajos hechos, lujos de ese tipo, y yo obtenía compañía incondicional, el privilegio de no estar sola. Al menos, me tomaba la libertad de no preocuparme por cosas como fingir ser carismática y así podía decir lo que realmente pensaba, aunque eso me hiciera ver antipática o amargada.

Tal vez no era así cómo funcionaba una relación normal, pero era mi primera vez con “amigas” y novio, y me funcionaba para no quedarme sola, así que mientras me funcionara, estaba decidida a seguir haciéndolo.

Actualidad

Tan pronto como entro al local, el aroma a café y pan dulce me llena de golpe, y percibo los murmullos de la poca clientela en el lugar. Es una cafetería poco popular así que apenas se escucha gente hablando. De esa forma, no tengo muchos problemas para identificar la persona que he venido a ver.

Mateo.

Camino en dirección a aquel hombre con aspecto descuidado: cabello despeinado, barba de pocos días, y arrugas y ojeras marcadas en su rostro. Lleva una sudadera y unos jeans sucios. Tomo asiento frente a él en la mesa. Su mirada me capta, y percibo en él intenciones inquietantes. Desde que me encontró por mis pinturas y no dejó de contactarme para un encuentro, supe que no planeaba nada bueno.

—Mateo —digo, para saludarlo con franqueza y sin rodeos.

—Eey, la tan famosa artista Dominique Fuentes conoce mi nombre, ¡qué sorpresa!

—Vayamos al punto. ¿Para qué estoy aquí?

—Aaah… Toda una aguafiestas, ¿en serio? Aunque sea pide algo, ¿no? —lo miro con seriedad cuando levanta una mano a una mesera a pocas mesas de distancia. Intento mantener la calma, de verdad que lo intento.

—No te molestes, no me quedaré mucho. Habla ya.

Suelta un suspiro sin dejar de lado esa irritante actitud despreocupada y relajada.

—Escucha, han pasado años, ¿cierto? ¿no estás cansada? ¿aunque sea un poco?

—¿De qué hablas?

—Vamos… Tú sabes a qué me refiero… —. Opto por mantenerme seria e impasible, me niego totalmente a mostrarle un mínimo de reacción.

—Tal vez, pero sería de ayuda si fueras más claro.

Una vez más, suspira de forma sonora e incómoda.

—La niña.

Me obligo a cerrar el puño con fuerza, ignorando el dolor de mis uñas enterrándose en mi piel. Es idiota si cree que voy a soltarle a Kali como si nada.

En vez de hacerle notar mi rencor, suelto una risa seca, sin emoción.

—Se llama Kali, si es a mi hija a quién te refieres.

—Sí, sí, lo que sea, Kala, Kelly, ¿qué más da? es solo una pequeña Keila. —Escucho sus palabras, me muerdo la lengua. Comienza a ser difícil controlarme. —Cómo sea, se nota lo que intentaste hacer con los nombres, ¿eh? aunque fue muy tonto de tu parte, igual y no es como que su madre merezca ser recordada realmente. —Mientras habla, bosteza con descaro. —Pero creo que te has confundido, esa niña no es tu hija realmente. Verás, yo soy…

—Un inepto irresponsable que no sirve para nada. Lo sé.

Observo la mirada incrédula en la que se transforma su rostro y me reprimo de nuevo, pero esta vez reprimo una carcajada.

—Maldición, ¿cuál es tu problema?

—Eso debería te lo debería preguntar yo a ti, ¿no crees?

Durante segundos, ambos nos observamos con intensidad. Mientras lo veo a través de mis lentes de contacto, tengo que mantenerme seria ante la patética imagen frente a mi. Un hombre en sus veintitantos años totalmente fracasado.

—Escucha, solo buscaba quitarte la carga, ¿sí?

—¿Y por qué querrías hacerte cargo justo ahora?

—Eso no te incumbe. Pero óyeme bien, creo que no te has enterado, frentona —¿qué tenía que ver mi frente? —, pero esa niña es mi hija. No tuya, ¿de acuerdo? Y lleva mi sangre, no la tuya, así que…

—No. No estoy de acuerdo.

—...¿Qué dices?

—Te equívocas. No hay pruebas de que lleve tu sangre. Además es hija de Keila, no tuya.

Escucho como suelta una carcajada irónica, claramente fastidiado.

—¿Que no hay pruebas? ¡Bien, adelante! ¡Haz las pruebas que quieras! Pero esa niña es mía, y he venido a…

—¿A qué? ¿A qué te crees que has venido, eh? —sin darme cuenta, exclamo un poco más fuerte de lo que esperaba. Carraspeo para recomponerme. —Tú bien lo has dicho, han pasado años. No podrías ser más inutil llegando hasta ahora. En lo que a ella le concierne, tú no eres nadie.

—¿¡Y crees que no necesita a su papá!? Keila no tuvo uno, ¡y mira cómo terminó!

—¡Tu no eres el padre de Kali! —me levanto de la silla de un salto y azoto la mesa con las manos cuando me inclino hacia él. Me mira con una fachada de indiferencia pero la forma en que se encoge ligeramente lo delata. —Yo seré su padre y su madre. Ella tendrá todo lo que necesite, todo lo que quiera, y más. Y Kali crecerá sabiendo que la mujer que la trajo a este mundo fue una chica perfecta de pies a cabeza que no necesitó que ningún hombre le enseñara a ser fuerte —cuando me doy cuenta, estoy tan cerca de él que puedo percibir las gotas de sudor en su frente. —Atrévete. Solo atrévete a intentar quitarmela… Y entonces descubrirás lo que soy realmente capaz de conseguir con unas llamadas a un par de contactos. —Complacida con los visibles nervios en él, finalmente susurro: —Y realmente no creo que tú tengas el dinero ni el poder para llevarme la contraria.

Sin más que decir, me enderezo con calma. Me siento satisfecha al verlo temblar, sé que no intentará nada más.

Él también se endereza, pues mientras más me había acercado a él, más había retrocedido. Luego baja la cabeza y murmura por lo bajo.

—Loca de mierda, igualita a esa perra desquiciada… maldita rubia desastrosa.

Mi cuerpo se mueve antes de que mi mente reaccione, pero cuando me encuentro con ambas manos sobre su cuello y veo su expresión de pánico, no me arrepiento de mi impulsivo movimiento.

—¿Qué acabas de decir de la madre de mi hija?

—Nada, nada, nada, de verdad, lo juro.

Me enderezo una vez más y lo miro fríamente. Creo que un par de clientes se ha volteado en dirección a mí, mas no podría importarme menos. Nunca me ha costado mantener el semblante serio e inexpresivo, pero cuando de Keila se trata, es muy fácil alterarme.

Después de todo, nadie la puede llamar desastrosa. Solo yo.

Dominique

El olor a dulce apenas me permitía concentrarme en lo que intentaba explicar.

Aunque no solo era el olor a dulce, pues en el fondo, seguía sin sacarme de la cabeza lo último que había oído sobre ella. Sobre todo porque la chica glotona y despreocupada frente a mí, no parecía una chica que hubiese sido popular y luego asesina de animales.

—No te preocupes, no me hagas mucho caso, son solo los antojos —dijo ella, quitándole importancia al hecho de que llevábamos casi una hora de tutoría y lo único que ella había estado haciendo era comer dulces y más dulces. No dije nada, ni la miré, solo seguí explicando. —¿Quieres? —Extendió hacia mí una galleta llena de azúcar que desprendió migajas sobre mi cuaderno y libretas.

Debía usar todas mis fuerzas para mantener la compostura y no explotar ante sus intentos de provocarme.

Limpié la hoja frente a mi y no reaccioné de ninguna forma. Esa era mi manera de luchar contra ella: no ceder ante sus molestas provocaciones.

Aparentemente, decidió cambiar de método pronto, pues se calló de una vez por todas y dejó de sacar comida de su mochila. Mi voz se convirtió en lo único que se escuchaba en ese lado de la cafetería y, aunque era un alivio que finalmente dejara de hacer un incómodo desastre, empezó a ser más incómoda la forma en que me comenzó a ver fijamente.

—Mira aquí —acerqué el libro en la mesa en dirección a ella. —El libro muestra la ilustración de una familia de pingüinos donde podemos ver parejas del mismo sexo cuidando de sus crías. Sabemos que muchas especies… —A pesar de que seguía dando la explicación del tema, noté inevitablemente que ella ni siquiera observaba el libro. Sus ojos no se despegaban de mí, y eso me empezaba a poner inquieta.

—¿Puedes dejar de verme tan intensamente? —Solté sin más, porque sabía que no iba a durar mucho más.

—No quiero —respondió con simpleza. Por el rabillo del ojo advertí que ya hasta tenía su mejilla recostada en la palma de su mano. No entendía porque se empeñaba en mirarme tanto.

Luego, un grupo de chicos pasó junto a nuestra mesa y los murmullos no tardaron en sonar cuando supe que nos habían visto juntas.

"Es tan vergonzoso estar a su lado” pensé. “Ya sé que no soy nada bonita, pero el contraste entre su aspecto y el mío es más que gracioso o abrupto, es humillante"

—Deja de verme —ordené, con un poco más de volumen. No me atreví a devolverle la mirada, sus ojos estaban fijos sobre mí, y mis ojos estaban fijos sobre la libreta.

—Es que eres linda. ¿Que no te lo han dicho?

—Deja de burlarte.

—¿Por qué no me crees? ¿Que acaso tu novio ese no te lo dice? ¿Es que no cree que eres linda?

Mi molestia creció ante la mención de mi relación.

—Solo cállate, no te metas.

Oí el bufido burlón que soltó, pero no dije nada más. Había reaccionado en lo mínimo a otra de sus provocaciones y eso para mi era suficiente para sentir que la acababa de dejar ganar. Por eso mismo, decidí ignorarla por completo a pesar de que ella seguía hablando.

—Esa relación es una mierda, está destinada a fracasar a lo grande. Lo sabes, ¿no? —No dije nada al respecto, continuaba explicando la lección. —Aaah, además es todo un hipócrita, ¡pero eso lo saben todos! ¡hasta tus amigas! —De nuevo, no le respondí cuando la oí soltar una carcajada. —En serio no entiendo por qué sigues ahí, parece que no te entienden, ¿no? —Fingí no inmutarme cuando se acercó un poco más. —Además, no creo que sean el tipo de gente que sepa apreciar tu tipo de belleza.

Honestamente, me pareció innecesaria esa última parte.

—...por eso, gracias a estudios biológicos sabemos que muchas especies animales… —Trataba de enfocarme en la explicación del libro.

—Mmmh, ¿y cómo pasan el rato? No pareces del tipo que salga a muchas fiestas… ¡Ah! ¿será que se ponen a ver películas? Es curioso, a mi me gustan las películas, en especial las de princesas. ¿Y a ti?

“No parece de las que ven películas de princesas” pensé.

Por un lado, me esforzaba en ignorar las cosas que decía y todo el parloteo que hacía. Pero por otra parte, era imposible no escucharla. Sin embargo, sí que me era posible no reaccionar como ella quería, era buena para lucir seria e inexpresiva, así que eso era lo que iba a hacer.

—...además, podemos ver una explicación de cómo las variaciones genéticas fortalecen la capacidad de una especie para adaptarse.

—Nah, no tienes cara de que veas películas tampoco, más bien pareces una anciana amargada. —El choque de nuestras voces en simultáneo era la demostración de la pequeña lucha que se desarrollaba en esa mesa de comedor. —¡Oh! ¡Ya sé, ya sé! Deberíamos asignarnos apodos ¿qué dices? Tú serías amargada D. No, espera, no me convence… ¿Qué tal “antipática”? Ah, sí, definitivamente te queda mucho mejor. “Antipática D”. Así tú puedes llamarme “Desastrosa K” ¿qué te parece? ¿eh? ¿eh? Como quiera ya todos me llaman desastrosa, pero solo a tí te doy permiso, descuida. —La burla en su tono era difícil de ignorar. Realmente parecía que se tomaba todo como un juego, hasta el apodo que todo mundo le había puesto.

“¿Antipática D y Desastrosa K? Qué idea más ridícula.”

Aunque ese pensamiento cruzó por mi cabeza, no respondí de ninguna forma y sentí un pequeño triunfo cuando ella quedó a la espera de que dijera algo al respecto, cosa que nunca ocurrió. Yo seguí firme en dar la tutoría como correspondía.

Claro que cuando ella se levantó sin decir nada más y se marchó con sus cosas como si nada, tuve que parar finalmente. Solo observé su espalda mientras se alejaba. No me quejé, no le pedí que volviera, por más que su actitud me haya dejado aturdida y harta.

"Si de algo estoy segura, es que no nos soportamos"

Actualidad

Veo el semáforo en rojo y me detengo en seco al borde de la acera. En vez de caminar normalmente, parece que estaba dando pisotones llenos de rabia, pero desde que salí de aquella cafetería, me siento completamente alterada.

Necesito calmarme, así que mientras espero a que el semáforo cambie para poder cruzar la calle y seguir mi camino, volteo a los lados para distraerme.

Lo peor de todo es que tampoco me entusiasma mi siguiente parada del día: La casa de mis padres.

Antes de que empiece a pensar en todo lo que sé que saldrá mal, el hilo de mis pensamientos se corta cuando me encuentro con mi propia mirada.

Me observo en el reflejo del escaparate de una tienda: una mujer alta y de piel blanca. Con una frente amplia y sin fleco, unas cejas gruesas y unos labios finos. El cabello negro y lacio a la altura de la cintura.

Se me hace raro no ver más esos lentes anchos que solía usar y esa piel tan pálida que me hacía ver enferma. Pero sobre todo, me es nostálgico ver como tengo el cabello más largo cada vez, pues nunca me atreví ni atreveré a cortarlo.

Dicen que el cabello guarda recuerdos, y yo siempre me consideré más que fea, pero quiero aferrarme a cada recuerdo que compartí con aquella desastrosa adolescente, en especial aquellos recuerdos en que Keila solía decirme que yo tenía una belleza “excepcional” y “diferente”.

Qué tonta. Para mí, ella fue la mujer más hermosa del mundo.

Dominique

—Si resuelves correctamente esta página entera, la sesión de tutoría de hoy se termina aquí. —La miré portando esa expresión de aburrimiento y desinterés. Voces suaves y movimientos de hojas era todo lo que se escuchaba alrededor, pues ese día nos hallábamos en la biblioteca.

Observé como me miraba con desconfianza. Honestamente, solo quería que pusiera un poco de atención para poder sentir que aquellos estresantes encuentros no estaban siendo totalmente en vano.

En realidad creí que me ignoraría y empezaría a hablar sin sentido de nuevo, pero no perdía nada con intentar que trabajara un poco, por lo que me sorprendí genuinamente al ver como suspiraba con dramatismo mientras jalaba el libro hacia ella.

No deseaba quitarle la intención así que me mantuve en silencio mientras la veía contestar cada pregunta a la perfección. Sí, a la perfección. Apenas podía creer lo que estaba viendo, la rapidez con la que aquella chica rebelde respondía sin errores algo que se le daba “mal”.

—Es todo, ¿ya me puedo ir sin que me extrañes tanto? —preguntó levantando la mirada tan pronto como acabó de escribir la última respuesta.

—¿Pero qué…? ¿Cómo…? —en ese momento, olvidé por completo sostener un semblante serio, pues la expresión de sorpresa e incredulidad en mi rostro era más que obvia. La miré confundida y ella pareció incómoda y molesta por mi reacción. —¿Por qué finges que se te da mal?

Apartó la mirada con fastidio.

—No finjo, solo evito esforzarme.

—Pero… Podrías mejorar tu imagen si lo intentaras.

—¿Y ser cómo tú? No, gracias, preferiría morir —respondió con desprecio.

—¿Por qué? ¡Solo intento ayudarte! ¡Es lo único que he estado haciendo desde el principio! ¡Intentar ayudarte!

—¡Pues no lo intentes! —el grito resonó demasiado fuerte para el silencio que había en el lugar, lo cuál me sobresaltó. Se inclinó hacía mí mientras hablaba. —¡Yo no te lo he pedido! Entiéndelo. Me niego a ser una falsa de mierda otra… —interrumpió sus propias palabras con una expresión de sorpresa y al darse cuenta, se echó para atrás.

“Otra vez. Eso ibas a decir, ¿cierto?”

—Keila…

—Mierda, callate. —Apenas demoró en tomar su mochila y ponerse de pie. Antes de darme la espalda, me lanzó una intensa mirada, cargada de desprecio. —Te odio tanto, maldita antipática.

Caminó con firmeza hacia la salida sin detenerse por nada, mas no supe con certeza si fue ella o mi imaginación pero juraría que la vi darme un último vistazo antes de salir del lugar.

Yo me quedé ahí, irritada por su reacción. Pensando en que era una exagerada, pues yo solo intentaba ayudarla. ¿Qué tenía eso de malo?... O al menos así lo veía en ese momento.

En ese entonces aún no tenía idea, pero más adelante me dí cuenta de que en el fondo, nos odiábamos porque nos identificabamos la una con la otra. Ella veía su antigua versión en mí, y yo veía en ella a quién quería ser: alguien que no le importaba en absoluto la opinión o atención de los demás.

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Estoy quieta con la mirada alzada. Puedo oír la brisa y siento el viento acariciándome. Contemplo con detenimiento la enorme casa que se extiende frente a mí como si no la hubiera visto ya miles de veces. Como si no hubiera vivido ahí por dieciocho años. Veo el gran jardín delantero, el camino de piedra que lleva a la entrada, y el portón entreabierto que me niego a cruzar.

Lo único que hago es observar, pues aunque sé que estoy aquí para entrar en esa casa, mi cuerpo rechaza por completo la idea de volver ahí.

Cierro mis ojos, respiro profundamente, y entonces reúno todo el coraje que puedo para finalmente caminar hacia esa puerta.

Apenas llego a la entrada desde afuera, puedo escuchar aquella aburrida música que aman tocar en sus tristes fiestas. Entro con desgana e inmediatamente veo la multitud de personas que hay en el lugar.

La iluminación es cálida así que veo los candelabros en el techo brillando con sus detalles dorados. Los cuadros de arte y espejos lujosos que decoran las paredes pasan desapercibidos entre tanta gente con ropa cara y elegante. Miro a mi alrededor mientras camino entre la multitud y arrugo la nariz al percibir una variedad inmensa de distintos perfumes extravagantes.

“Keila se hubiera burlado de ellos en sus caras con descaro, si estuviera aquí.”

—¡No lo puedo creer! ¿Mis ojos me engañan o realmente estoy cara a cara con la afamada Dominique Fuentes, hija de los grandes Louisse y Miguel Fuentes? —Observo a uno de los socios de mis padres acercarse a mi para saludar.

“Gracias, pero no tenía que decir el nombre completo de mis padres.

Sonrío con amabilidad por educación y tomo la mano que me extiende a modo de saludo.

—Sí, esa… soy yo, así es. Gusto en conocerle. —Realmente no sé quién es, pero tampoco me interesa quedarme para saberlo. —Disculpe, pero realmente tengo cosas que hacer, así que estoy algo apurada. Con su permiso. —Abre la boca y escucho que apenas emite un sonido cuando me escabullo entre la gente para evitar más conversación.

Tampoco era mentira, realmente vine a una sola cosa, y planeo hacerlo lo más pronto posible para no estar aquí tanto tiempo.

—¡Domi! ¡Querida! ¡Hace cuánto no te veía! —Volteo con cansancio a un lado al reconocer la voz de una tía que no veía hace años. Se acerca con una sonrisa y unos brazos extendidos hacia mí. —¡Estás mucho más grande!

—Tía, cuánto tiempo… —A pesar de que retrocedo con pasos cortos mientras se acerca, no alcanzo a huir del abrazo que me ataca sin aviso. —Como siempre, es todo un placer verla, tía.

—¡Ay, Domi! No me hables con tanta formalidad.

Carraspeo con incomodidad pues parece que va a empezar a parlotear sin cesar.

—Sí, sí, como diga. Eh… Pero ahora tengo algo de prisa, así que tal vez deberíamos hablar la próxima vez, ¿de acuerdo?

—Pero hace mucho no nos vemos… Además quería contarte que…

—Oh, creo que le están hablando por allá, mejor la dejo, nos vemos.

—¡Pero…!

Una vez más, me doy la vuelta y paso entre la gente con paso apresurado. Creo oír mi nombre una vez más pero esta vez solo apresuro el paso. Pronto, veo una camarera repartiendo copas de champán a los invitados y me acerco a ella con alivio.

—Disculpa, ¿podrías llamar al señor Fuentes? Necesito que le avises que su hija está aquí. —Creo que al principio me observa con duda pero cuando menciono la última parte, parece reconocerme por lo que levanta las cejas y asiente con la cabeza.

—Por supuesto, señorita Fuentes. Ya mismo le doy el aviso.

Miro a la camarera marcharse y decido quedarme en ese rincón vacío pues parece que ahí la gente finalmente deja de acercarse a mí. Aunque supongo que era de esperarse que tanta gente se sorprendiera de verme, ya que hace mucho tiempo que no venía a los eventos de mis padres.

Mientras espero, comienzo a contemplar el interior del lugar con más atención de la que quisiera. Todo luce igual, el mismo candelabro, los mismos cuadros y espejos, el mismo ambiente extravagante de cuando solía vivir aquí. Si acaso, lo único que cambia es la cantidad de gente, pues me es imposible olvidar la sensación de soledad que siempre me trajo esta casa. Reencontrarme con estas enormes paredes y el techo inalcanzable sobre mi, me trae memorias de ser pequeña y vivir en un espacio interminablemente solitario.

Tal vez no hubiera sentido mi soledad tan abismal si hubiera jugado con amigos en esta casa, pero eso era imposible porque ni siquiera tenía amigos. No tenía compañeros de clase. No tenía escuela. Tuve educación en casa toda mi vida hasta los diecisiete, cuando les rogué a mis padres que me permitieran graduarme de un bachillerato real. Claro, después de eso lograron anotarme en la única escuela que permitía que pasaras directamente a último año y admitía a cualquier estudiante, con la única condición de que tuviera buen historial de calificaciones, lugar donde más adelante conocí a Keila, pero eso ya es historia.

Cuando era pequeña, no conocía el término “sobreproteger” y por ello, creía que mis padres simplemente me querían mantener encerrada porque sí.

Ver mi alrededor poco a poco me hace recordar mi infancia, todos aquellos días que pasé sola con apenas alguna empleada que se encargaba de alimentarme y limpiar la casa. Era raro, por no decir imposible, encontrarme con mis padres por la casa. Normalmente los veía en eventos importantes o en las cenas de los fines de semana cuando no estaban trabajando.

Supongo que por eso mismo, no me afectó mucho tener que dejar esta casa de forma abrupta cuando ellos mismos decidieron alejarme.

—¿Dominique? ¿Cariño? —Toda mi atención regresa a la realidad en el instante en que la voz de esa mujer llama a mi nombre. El nombre que ella misma eligió. — ¡Vaya! ¡Viniste! Ay, no puedo creerlo. ¡Cuánto tiempo sin verte!

La veo acercarse a mí con cada paso. Sostiene esa habitual sonrisa falsa que me pone incómoda, y no importa cuanto lo quiera negar, es inquietante ver lo mucho que todavía me parezco a ella. Tenemos el mismo cabello lacio oscuro, los mismos ojos verdes, la misma nariz. Aunque unas ligeras arrugas empiezan a hacerse notar en sus mejillas y ojos,

—Ay, mi niña. No sabes cómo te extrañé…

Descaradamente y a propósito, bufo con burla y ruedo los ojos.

—Seguro que mucho, ¿no? —La miro directamente a los ojos, deseando tanto que capte mi resentimiento. —No imagino de quién será la culpa de que nos hayamos alejado tanto.

—Ay, Dominique. Pero si nosotros hemos intentado verte…

—¡Claro! Ahora que sí les conviene, ¿no? ¿Y cuándo los necesité? ¿¡Y cuándo estaba sola con una niña!? ¡Era solo una adolescente! —Por segunda vez en el día, me doy cuenta de que estoy gritando sin darme cuenta.

—¡Pero Dominique! Sabes perfectamente que no habríamos hecho eso si tú no…

—¡Basta! Es por esto mismo que he tratado de evitarlos tanto como pueda. Pero hoy decidí venir a felicitar a papá por lo menos. No te confundas, no estoy aquí para charlar ni discutir. Solo lo estoy esperando a él y luego me iré. Eso es todo, mamá.

Giro la cabeza y mantengo mis ojos fijos en un punto muerto. Decido no oír nada más que ella vaya a decir, mas no hace falta, pues me doy cuenta que no vuelve a decir nada más. Supongo que se dio cuenta que realmente no iba a cambiar de opinión y decidió rendirse, por lo que percibo por el rabillo del ojo como suspira y agacha la cabeza con resignación.

—De acuerdo, hija.

Dominique

Las cosas no parecían mejorar. Muy al contrario, cada vez íbamos de mal en peor.

Las sesiones de tutoría seguían tomando lugar con regularidad, pero no parecían servir de nada. Siempre terminabamos discutiendo sobre cualquier cosa y, honestamente, sentía que cada vez nos soportabamos menos.

Prácticamente nos odiabamos. Al menos ella dejaba eso muy en claro cada vez que me miraba a los ojos y decía explícitamente “te odio tanto” y luego me tiraba algún insulto.

—Dominique.

Cuando me dí cuenta de que Caleb llevaba rato llamándome, volteé a verlo.

—¿Qué pasa?

Soltó un suspiro exagerado con impaciencia.

—Te preguntaba si querías que te trajera algo de beber. Iré por algo de alcohol, ¿quieres algo?

—Ah, no.

Advertí que murmuró algo por lo bajó y luego se marchó.

Estática en mi lugar me limité a observar mi entorno. Era una casa amplia con poco que destacar, la iluminación era tenue, supuse que para dar más ambiente. Era imposible no oír el bullicio entre distintas conversaciones a la vez y la música fuerte de fondo. Era algo incómodo, pues aunque hubiera tanta gente a mi alrededor, bebiendo o charlando, no conocía a nadie en aquella fiesta.

Ni siquiera hubiera ido por iniciativa propia, sino fuera porque Caleb me lo había propuesto y no tenía nada mejor que hacer. Cuando acepté su invitación, pareció que hasta él se había sorprendido de que dijera que sí.

—Ey, Dominique —ví como una de mis amigas se acercó a mí, pasando entre el montón de gente. Cuando llegó a mi altura habló casi gritando, supongo que para hacerse oír sobre el volumen de la música y las voces de los demás —, vamos a jugar verdad o reto por allá, ¿vienes? Caleb también está para jugar.

“¿Y se supone que planeaba dejarme aquí sola?”

—Ah, bueno.

La seguí hasta que ví un montón de chicos sentados en círculo en el suelo sobre una alfombra. Ella tomó lugar en un espacio vacío y yo busqué a mi novio con la mirada, cuando se dio cuenta que estaba ahí, me miró con una sonrisa y solamente me saludó, luego se volteó y siguió hablando con un chico sentado a su lado.

Caminé hasta su lado y me senté junto a él. Empezaba a arrepentirme de estar ahí.

—¡Tu turno, Paola! —del otro lado del círculo, una chica señalaba a la chica que la botella en el suelo estaba apuntando.

—¿Otra vez yo? Ash, qué trampa. Elijo reto, ¿qué más da?

Observaba con extrañeza las preguntas y retos que ponían. Tal vez era porque media vida había estado privada de socializar con gente del exterior, pero me parecía ser un juego muy incómodo y penoso de ver; tanto así, que preferí volver a enfocarme en mi entorno antes que ver lo que ocurría frente a mí, deseando con fuerzas que no me pusieran alguno de esos retos raros de besar o esas preguntas incómodas tan personales.

—Oh, lo lamento, chicos, una amiga acaba de llegar, ya regreso.

—Bueno, pero no tardes, Olivia. Esto será un caos total si no estas, ¿eh?

Prestando poca atención, me fijé en que una chica que yo no conocía se levantaba y se iba entre la gente. En realidad, no conocía a la mayoría de la gente en esa fiesta porque muchos ni siquiera eran de la misma escuela a la que asistía, así que tampoco tenía esperanzas de encontrarme con nadie conocido.

Poco después, Olivia volvió por donde vino, y lucía ligeramente preocupada y seria.

—Hey, oigan, escuchen. —Prácticamente todo el círculo dejó de platicar o reír cuando ella habló. —Ahora va a venir una amiga mía, ¿de acuerdo? y por favor, ¡por favor! Espero que la traten bien, pues le dije que esta fiesta le ayudaría a distraerse un poco de tantas cosas. —Volteó hacia un lado y sonrió de forma amigable. —Ven. Chicos, les presento a Keila.

Apenas abrí los ojos más de lo normal y entre abrí ligeramente la boca con sorpresa. Creo que si cualquiera hubiera visto mi expresión en ese momento, no podría descifrar la sorpresa que estaba sintiendo, pero la realidad era que había quedado completamente pasmada en cuanto ví, al otro extremo del círculo, a aquella chica desastrosa que odiaba.

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Por suerte, el silencio incómodo, mientras esperaba la llegada de mi padre, no duró mucho.

Tan pronto lo veo acercarse desde la distancia, respiro profundo para calmarme.

—Hola, papá.

—¡Hija mía! ¡Chiquilla! ¡Al fin te veo! —Esboza una enorme sonrisa y me recibe con los brazos bien abiertos. Acorto la distancia y, antes de explicarle que no me entusiasma recibir un abrazo, sus brazos me envuelven con fuerzas. —Cielos, de veras creí que no vendrías. —Finaliza el abrazo y retrocede un poco para observarme. Lo miro, y es fácil ver su expresión llena de gozo, tan brillante que creo que puedo dejarme contagiar un poco de su felicidad, hasta que vuelve a hablar. —Ah, y veo que no trajiste a la niña ajena.

Cualquier rastro de empatía que había empezado a sentir, se borra en el mismo instante en que escucho esas palabras acerca de mi hija.

—No la llames así.

—Dominique, solo queríamos lo mejor para tí… —Mi madre, que se había mantenido callada y apartada hasta el momento, habla de repente, y parece que solo sirve para seguir probando mi paciencia.

—Además, no es mentira lo que he dicho, hija, tú lo sabes. Esa niña…

—¡Basta! “Esa niña” es mí niña. —Enfatizo en el “mí”. —No se atrevan a decir una palabra más sobre ella. Es por esto que no había querido venir… —Con fastidio, me masajeo las sienes para tranquilizarme un poco antes de perder el control. —Solo he venido para darte tu regalo, papá. No más. —Tomo del suelo la bolsa de regalo que había estado cargando y la extiendo en su dirección. —Feliz cumpleaños.

Me doy la vuelta y empiezo a caminar hacia la multitud, ya no me importa quién intente detenerme o con quién me encuentre, solo quiero irme del lugar. Fastidiada, pienso con decepción en lo rápidos que son mis padres para arruinar las cosas.

Por desgracia, ni siquiera alcanzo a llegar a la salida cuando oigo a mi madre gritarme:

—¡Dominique! Por favor, ¡eres nuestra única hija!

Me detengo y la encaro con rencor.

—¡Es por eso que yo nunca le daré la espalda a mi única hija de la forma en que ustedes lo hicieron conmigo! No quieras recuperar ahora la relación que tiraste hace años.

—¿¡Pero qué no te arrepientes!? Todo esto… ¡Todo esto es culpa de esa adolecente desastrosa!

—No, mamá. No me arrepiento de nada. —Me acerco lentamente para asegurarme de que entienda mis palabras. —Escúchame. Nunca, y me refiero a nunca, me voy a arrepentir de ella, la única que alguna vez me dio afecto genuino y atención. Esa chica desastrosa es la única persona que conocí que realmente se merecía el mundo, y por eso jamás me arrepentiré de las cosas que hago por ella, aunque ya no esté.

Luego me retiro.

Keila

Arrastré desinteresadamente la vista por el lugar, identificando a la gente que estaba allí, hasta que me topé con unos lentes que conocía bastante bien, y unos cabellos negros que me estaba acostumbrando a ver seguido.

Sin poder evitarlo, levanté las cejas, abrí los ojos de par en par y dejé caer la mandíbula por completo. Intenté recomponerme al notar que era demasiado obvia en comparación a ella, quién, a simple vista, no parecía sorprendida de verme. Simplemente me observaba con la boca entreabierta y los ojos más abiertos de lo normal. Hasta la elevación de sus cejas era casi imperceptible para cualquiera. Menos mal, yo la había observado el tiempo suficiente para identificar su sútil reacción. Ella esperaba ese encuentro tanto como yo.

Lo gracioso realmente fueron las reacciones de los demás, que claramente no esperaban ver a una adolescente con una panza de embarazada en pleno desarrollo. Aún no era algo exagerado, pero el bulto en mi estómago era imposible de ignorar.

Todos incómodos, elegimos ignorar ese pequeño momento de introducción. Ellos por la sorpresa de ver a una embarazada en una fiesta adolescente, y yo por mi exagerada reacción ante el inesperado encuentro.

El juego continuó, las risas siguieron, todo estaba normal. Excepto mi necesidad de admirarla en todo momento. La música que resonaba alrededor se entremezclaba con el bullicio y la tenue iluminación me impedía olvidar donde estaba, pero fuera de eso, era como volver a nuestras ya cotidianas sesiones de tutoría. Yo la observaba, y ella me ignoraba.

Esa era una de las cosas que más me gustaban de ella: que nunca me volteaba a ver. Sin importar cuánto la observara, analizara y escrutara con la mirada, nunca se giraba para mirarme. Eso me permitía contemplarla y admirarla con mayor libertad, como si de una obra en un museo se tratase, aunque ella era más hermosa que cualquier obra de arte. Tal vez se daba cuenta y me ignoraba, o tal vez era verdad que no podía importarle menos. De cualquier forma, me conformaba con repasar cada facción suya con fascinación. Una fascinación que me negaba a expresar en voz alta.

—¡Te toca, Sofía! ¿Verdad o reto? —preguntó Olivia con emoción a una chica de cabello corto que estaba dos personas a mi izquierda.

—Uy… Qué nervios. Elijo verdad.

Por más que intentaba poner atención a lo que ocurría en el centro, esa adolescente con semblante aburrido en el punto más lejano a mi del círculo, acaparaba toda mi atención. O así fue hasta que, en contra de mis deseos, llegó mi turno.

—¡Keila! La botella te ha elegido, ¿verdad o reto?

Solté un quejido de fastidio. Aun así, seguí la corriente.

—Verdad. —No estaba dispuesta a elegir reto y tener que hacer alguna estupidez, no en ese momento.

—¿Quién es el padre? —preguntó una chica que no conocía de nada, viéndome con simpatía y a la espera de mi respuesta. Era obvio que no tenía idea de todos los rumores que abundaban a mi alrededor. Parecía que había hecho la pregunta de forma inofensiva.

—Una ex pareja. —Intenté responder de forma simple. Después de eso, siguieron varios turnos en los que me tocó a mí. Siempre elegí verdad, a pesar de las quejas de Olivia.

—¿Es cierto que mataste a un animal para ponerlo en el escritorio del director? —Cuando divisé al chico que había hecho la pregunta, me pareció que lo conocía de algún lado. Iba a mi escuela actual, aunque en otro curso.

—No, no maté a ningún animal.

—Pero dicen que dejaste el cadáver de un…

—Que lo haya dejado ahí, no significa que yo lo haya matado.

Probablemente el juego me hubiera parecido más entretenido si, al menos, a la única chica del lugar que realmente me interesaba, le hubiera tocado jugar tantas veces como a mí. Sin embargo, para su buena suerte, le tocó solo una vez, y un chico desconocido, que obviamente no sabía nada de ella, la retó a que besara a la persona que le gustase. No fue sorpresa cuando se giró y simplemente decidió besar a su novio.

Tres turnos después, la maldita botella me volvió a señalar, convenientemente.

—¡Keila… otra vez! —lancé una mirada de aburrimiento a Olivia, en contraste con su actitud positiva. Tan solo me devolvió la mirada, intentando disfrazar su risa.

—Verdad.

Antes de que mi querida amiga pudiera quejarse una vez más de mi elección, una voz se apresuró a hablar.

—¿Por qué no abortas?

Todas las miradas, incluyéndome, se enfocaron en el emisor de aquella pregunta tan descarada.

Yo lo conocía. Y lo repudiaba. No fue sorpresa para mí que la persona que se había atrevido a preguntar aquello, haya sido un asqueroso hombre de nombre Caleb.

Claramente, sí fue inesperado para la chica linda que estaba sentada junto a él. O bueno, para su novia. Ella no mostró indignación ni asombro en su expresión, como los demás, pero la rapidez con la que se giró a verlo y la severidad en sus ojos fue suficiente para que solo yo notara lo que estaba pensando. No sentía sorpresa o molestia, era confusión.

Dominique no tenía idea del idiota sin escrúpulos que tenía por novio.

—Porque no haré eso otra vez.

En cuanto mi voz resonó, el círculo entero pasó de verlo a él a verme a mí, probablemente tratando de descifrar si mi respuesta era una broma o era en serio. Oh, era muy en serio.

Olivia, salvando el día como siempre, interfirió en el incómodo ambiente que nos había envuelto a todos. Carraspeó y mostró su mejor sonrisa, como si no estuviéramos en medio de un momento raro y tenso.

—Ey, ¿les parece si cambiamos de juego?

Hubiera preferido jugar algún ridículo juego de mesa, pero todos optaron por pasar a jugar siete minutos en el paraíso.

Consideré irme, pues no me estaba divirtiendo, pero Olivia insistió en que me quedara un rato más.

Después de esa noche, le agradecí infinitamente a Olivia por no permitir que me marchara en ese momento.

Dominique

—¡Natalia y Sofía!

Las mencionadas se miraron entre ellas con desconcierto al oír sus nombres. Habían tocado ellas para encerrarse en el clóset.

—¡Disfruten, chicas! —exclamaron cuando les cerraron la puerta y las dejaron a ambas a solas en aquel lugar apretado.

La mayoría del círculo estaba riendo y compartiendo miradas cómplices, especulaban en voz alta sobre lo que podía pasar durante el juego.

—Seguro habrá tijereo.

—¡No seas tan vulgar! Además, dudo que tengan tiempo de sacarse algo más que la blusa.

—Vale, pero seguro que después de esto, se van a tomar un cuarto para ellas solas.

—¿Tú crees? Tal vez ni siquiera hagan nada, después de todo, ambas son chicas, ¿cómo sabes que no son hetero, ambas?

—¿Bromeas? Se les notaba desde antes las miradas que se estaban lanzando.

Suspiré por lo bajo y miré al techo. No podía evitar escuchar las conversaciones a mi alrededor, pues hablaban demasiado alto y no tenía más para entretenerme ya que Caleb, como siempre, estaba hablando con alguien más a pesar de estar justo a mi lado.

De todas formas, en ese momento no tenía muchas ganas de entablar conversación alguna con él. No después del momento tan incómodo, tenso y raro que acababa de ocasionar. ¿Realmente no le daba vergüenza atacar a Keila con algo así?

Siguiendo el hilo de mis pensamientos, mi mirada se dirigió a la rubia que estaba frente a mí en el otro extremo del círculo. Ella también me estaba viendo.

Pero la atmósfera me hacía sentirme viva, con adrenalina, y atrevimiento, lo que me permitió sostenerle la mirada por primera vez.

—Y es que es raro, porque cuando hay tensión entre dos personas, se nota. Es como si el aire cambiara… Y no lo puedes negar, ¿sabes? Chico o chica, no importa. —Continuó diciendo el chico cuya conversación había estado escuchando.

Keila, en la distancia, empezó a chupar una paleta de dulce que ni siquiera noté cuando la sacó.

—En eso tienes razón, supongo. He visto ese deseo… Esas ansias. Es obvio cómo termina, es como… inevitable.

Apenas ponía atención a lo que decían a mi lado, pues mi mente se empezó a nublar y llenar de un solo pensamiento cuando Keila sacó la paleta de su boca y la lamió. La lengua y los labios le habían quedado tan rojos como el color de la paleta.

“Ahora mismo, esos labios rojos deben saber muy dulces.”

Observando el movimiento que estaba realizando con su lengua, no tuve que verla a los ojos para saber que también estaba mirándome a los labios. Inconscientemente, llevé mi mano a mi boca y fue entonces cuando me di cuenta que había estado succionando y mordiendo mi propio labio inferior. Bajé la mirada hacia mi mano, más que nada en un intento de salir del estado de hipnosis al que parecía haber entrado.

En la misma dirección a la que había estado enfocada, pude escuchar una risa aguda y un tanto traviesa. Volví a contemplar a la misma chica cuando me di cuenta de que estaba riendo a carcajadas. Había echado la cabeza para atrás y seguía sosteniendo la paleta. Sentí mi rostro caliente y entendí que estaba tan roja como la paleta en la mano de Keila. Aunque no lo entendía.

Me parecía tan extraño que el simple hecho de que, con solo tener la imágen de ella riendo, mi cuerpo pudiera reaccionar de formas que nunca antes había experimentado, porque la forma en la que mi corazón latía, el sonrojo en mi rostro y el calor que se empezaba a extender en mi, no era normal. Era algo totalmente nuevo, y sentía que quería descubrir todavía más.

—La energía, la química, cuando están, están. A veces cuando dos personas la sienten tan fuerte, sabes que algo va a pasar, y punto.

Ella dejó de reír. Retomó la compostura y, una vez que volvió a fijar sus ojos en mí, sonrió de lado e inclinó ligeramente la cabeza en un gesto cómplice. Tragué saliva, empezaba a sentir los mismos nervios de cuando era consciente de su mirada sobre mí.

No me di cuenta de cuánto tiempo había pasado, pero cuando oí a la chica que había invitado a Keila gritar dos nombres, noté que las chicas que deberían estar en el clóset, ya estaban devuelta a sus lugares en el círculo.

—¡Keila y Caleb!

“Además de ser desastrosa, es un imán para esa botella.”

Keila

El silencio era bastante incómodo, pero ambos sabíamos que cualquier cosa que hicieramos, sería mucho más incómodo que eso. Sin embargo, él era un idiota innato, al parecer, eso lo recordé cuando abrió la boca.

—Lo sé todo.

Tardé en responder, pues me dolía romper con aquel silencio tan hermoso y pacífico.

—¿De qué hablas, mierda?

Rió por lo bajo con descaro. Maldición, hasta ese simple gesto de él me provocaba tanto asco.

—Ay, cállate. Es obvio el porqué de que me mires tanto.

Lo miré fijamente por varios segundos en los que procesaba la situación. El estúpido creía que no podía dejar de verlo porque me gustaba. Empecé a reír con lástima y burla.

—¿Es en serio? Por dios… No sabes cómo te equívocas, imbécil. No eres tan importante o atractivo.

—Oh, no lo decía por eso. Realmente sé cómo son las cosas. Estás celosa, y no son celos de ella.

—Cállate. No sabes nada —espeté a secas, pues me negaba a admitir que me había tomado desprevenida el hecho de que hubiera acertado.

—¿Segura? O más bien, sé demasiado…

—¿¡Y a tí qué chingados te importa!? Sea cierto o no, eso no te da derecho a ser un perro desvergonzado que suelta preguntas de mierda.

Una enorme carcajada escapó de su garganta.

—¿A poco te dolió tanto?

Cerré los ojos, buscando fuerzas para controlarme y no borrar esa expresión burlona con un puñetazo. Además, cualquier esfuerzo físico o sobresalto emocional podía afectar a mi bebé en ese momento. Tomé aire con profundidad y al exhalar, me di la vuelta para evitar seguir viendo su repugnante rostro.

“No vale la pena, es inútil pelear con él o responder a sus provocaciones” pensé. “Por lo menos yo no intento provocar a Dominique frente a todos cuando la molesto”

—Se merece algo mejor. Ni siquiera sé por qué sigue contigo —dije sin más, intentando poner fin a aquella conversación.

—Acéptalo, una fracasada como tú nunca podría quitarme a Dominique, ella es demasiado rara e inadaptada como para sobrevivir sin mi.

Luego actué por impulso, tan solo hice lo primero que pude pensar. De todas formas, nunca me arrepentí de seguir mi primer instinto de saltar sin pensar para defender a aquella antipática que me cautivaba.

—¿Qué dijiste de ella, cabrón inútil? —corrí hacia él para tomarlo del cuello con fuerza y rabia, lo acerqué a mí para mirarlo fijamente y transmitir la ira que me empezaba a consumir. —Te aseguro que esa “inadaptada” es más capaz de lo que tú nunca podrías…

Abrieron la puerta.

Ya habían pasado los malditos siete minutos, y supe la primera imágen que todos estaban obteniendo del interior del clóset donde yo estaba.

Yo, Keila, sosteniendo muy de cerca a Caleb, mientras lucía roja. Percibí a Dominique observándonos desde la distancia. Empujándolo, me aparté de inmediato tanto como pude y lo miré con asco. Salí del lugar, apresurada, y volví a tomar mi lugar en el círculo, al frente de Dominique.

Sentía su mirada sobre mí, pero no me atrevía a devolvérsela. Al menos ya no, no cuando acababa de admitir, de cierta forma, frente a su novio, que sentía celos de él. Acababa de admitir que en el fondo deseaba ser el chico que siempre estaba a su lado y tenía permitido saborear aquellos labios delgados que me tenían intrigada.

Posaba mis ojos en cualquier cosa llamativa a mi alrededor con tal de no dejarme llevar y verla a ella, cómo siempre hacía. Incluso la botella que empezaron a girar de nuevo me parecía mejor opción para analizar con la mirada, o así fue hasta que advertí que bajó la velocidad a punto de llegar a mí, y por milésima vez en la noche, se detenía en dirección a mí.

—Puta botella. —Siguiendo con la mirada la otra dirección que la botella apuntaba, mi desesperación creció al divisar aquel rostro que tanto me repugnaba y que minutos atrás había querido deformar con golpes.

—¿Pero qué tenemos aquí? Una vez más, ¡Caleb y…!

—¡Voy yo!

El grito que resonó de forma repentina provocó la confusión de todos y se ganó la mirada de todo el círculo. Me pareció que nadie se esperaba que realmente fuera a interceder ya que no lo había hecho en el turno anterior, aunque supuse que la escena que presenció al final de los siete minutos la hizo cambiar de parecer.

Dominique estaba de pie con una mano levantada y una mirada decidida.

—Yo iré en lugar de mi novio.

Actualidad

La conversación con Mateo y mis propios padres me había dejado bastante inquieta. Por ello, consideré que lo mejor era visitar uno de mis lugares favoritos: Mi exhibición de pinturas. Disfrutaba mucho regresar a este lugar, pues era mi muestra de devoción a Keila, lo cual me traía mucha paz.

Aquella galería llena de retratos de ella y pinturas abstractas sobre su esencia era como mi altar a Keila.

Volteo hacia los lados y las paredes blancas con mis cuadros es todo lo que me rodea. También hay otras personas, pero sé que todos estamos contemplando lo mismo: a Keila.

Camino entre pasillos a paso lento mientras mantengo una sonrisa calmada. Identifico cada obra mía y recuerdo qué intentaba capturar de Keila al pintarlos.

En uno, se apreciaba mi interpretación de su sonrisa: brillante, única, contagiosa, especial. En otro más pequeño, estaba una imágen de ella al atardecer, la perspectiva era de su espalda por lo que solo se mostraba la iluminación sobre su cabello y su piel desde atrás. También había un conjunto de varios cuadros pequeños en los que había plasmado diferentes expresiones suyas, todas hermosas, todas contagiosas.

Mi cuadro favorito de todos los que había hecho no estaba ahí, lo mantenía en mi casa.

—¿Dominique Fuentes? ¿Eres tú? Oh, dios mío, sí eres tú, la autora de esta exhibición…

Desconcertada, giro hacia la fuente de esa voz y me topo con una adolescente que sostiene un celular frente a su cara. Sonrío con nerviosismo hacia la cámara, a pesar de que me incomode el hecho de que me haya empezado a grabar sin preguntar.

—Ah, s… Sí, hola, soy yo…

—Oh, por dios, oh, por dios, no sabes cómo amo tus pinturas, adoro tu estilo y tu visión, es tan única. ¿De dónde sacas tanta inspiración para todo lo que creas? Muchos dicen que te lo inventas sobre la marcha, pero la modelo siempre es la misma, su apariencia no cambia, ¿quién es tu modelo? —. Retrocedo con cuidado de forma lenta cuando la veo acercarse a mí, sin soltar su celular. —También dicen que en realidad solo es tu hija, ya sabes esa niña con la que te han visto y tomado fotografías, ¿por qué nunca hablas de tu hija? ¿Ella es la de tus pinturas? La verdad sí se parece mucho, pero ¿cómo empezaste a pintarla? ¿Por qué empezaste a pintar todo esto? ¿Qué propósito tenías cuando comenzaste? ¿Podemos tomarnos una foto?

De forma repentina, se gira y se coloca a mi lado con su celular apuntando aún en mi dirección. Es el momento que aprovecho para huir de aquella abrumante situación, no estoy acostumbrada a tratar con admiradores, así que no sé qué más hacer.

—Lo siento, ya debo irme. —Me alejo de ella con premura y me encamino a la salida sin detenerme por nada.

Salgo del lugar y agradezco que no me haya seguido. No parecía una mala chica, simplemente me había sentido atiborrada con tantas preguntas en tan pocos segundos. Y, sin embargo, la respuesta se queda atorada en mi mente.

“Por ella. Todo lo que hago es por mi desastrosa amada.”

Keila

Sentí que era la primera vez que tuvimos una conversación real.

—No tenías que ofrecerte. No me interesa el perro ese, y como quiera no vale la pena esforzarte por él. —Mantengo los ojos en un punto muerto, evito hacer cualquier tipo de contacto visual. Ambas estábamos sentadas en el suelo, únicamente esperando a que el tiempo acabara, pues la condición para que ella pudiese cambiar de lugar con su novio era que los siete minutos se duplicaran.

—¿Qué más podía hacer?, es mi novio, soy afortunada de que al menos él quiera salir conmigo.

—¿Qué? —volteé a verla con incredulidad. —No, antipática, eso no tiene nada de extraordinario como tú crees.

—No me llames así. Él me trata bien, por lo menos.

—¿Qué intentas decir?

—No me ha dejado embarazada.

—Vete al carajo, estaba intentando hablar bien contigo. —Me crucé de brazos y volví a voltear hacia cualquier lado que no fuera ella.

—Lo siento.

Guardé silencio durante unos segundos antes de volver a hablar.

—Hablo en serio, te digo por experiencia que los hombres así no valen nada.

Otro silencio corto se produjo tras mi afirmación.

—¿Qué fue lo que pasó?

Sentí su mirada sobre mí.

—Es una historia aburrida.

—No pregunté para entretenerme, pregunté para saber.

Inhalé profundo y exhalé con calma, preparándome mentalmente para revivir aquellas memorias.

—Desde pequeña idealice las películas…

Tal vez fue el ambiente de la fiesta, o las hormonas del embarazo. Tal vez fue la emoción del momento o la atmósfera de aquel reducido espacio en el que solo estábamos ella y yo, pero algo alteró la química de mi cerebro y sentí que podía confiarle todo a esa extraña adolescente. Así que eso hice, le conté todo. Sin pensarlo, abrí mi corazón una vez más.

Dominique

Keila siempre fue una niña muy fuerte.

Desde pequeñita tuvo que aprender sobre la vida por su propia cuenta, pues su madre apenas le ponía atención para alimentarla, llevarla a la escuela y pagar sus necesidades básicas. Ella consideraba que recibió lo necesario y no más. Cuando me lo contó, entendí que éramos más parecidas de lo que creía, aunque a mí me ignoraban mis dos padres, mientras que ella nunca había conocido al hombre que llevaba su sangre.

Incluso si hubiera querido llamar “papá” a algún hombre, habría tenido que cambiar de figura paterna cada semana, pues explicó que, cuando su madre no le estaba gritando o reprochando por “haberle arruinado la vida”, pasaba todo el tiempo con tantos hombres como podía. De alguna forma, así sacaba dinero y, además, se divertía, según lo que le contaba a Keila cuando se emborrachaba en casa.

Keila admiraba la belleza de su madre. Anhelaba ser como ella algún día, tener su brillante cabello, su deslumbrante cuerpo, sus largas pestañas, sus labios rojos, y su piel brillante. Keila era demasiado joven como para entender que, la mayoría de eso, era puro maquillaje. Aun así, soñaba con ser una princesa de película, idealizaba ser como esas princesas que crecían tristes o sin nada extraordinario, hasta que un príncipe las veía por ser bonitas y las salvaba sacándolas de sus miserias.

De cualquier modo, no tenía nada mejor que hacer que ver esas películas en la televisión cuando su madre no le ponía atención, así que cuando entró a la primaria, dedicaba sus tardes enteras a estudiar. No se le ocurrió hablar con los demás niños de su clase, cuando su madre la dejaba en la escuela, tomaba la clase, hacia los trabajos y evitaba distraerse. Me confesó que esa era muy probablemente la razón por la que nunca socializó de pequeña: estaba demasiado enfocada en hacer un buen trabajo. Cuando finalizaba el día escolar, no se molestaba en hablar con nadie, se iba directo a la entrada a esperar a su madre.

De esa manera, creció con una sola visión: ser tan interesante que el chico ideal se enamorara de ella a primera vista y le enseñara la felicidad. La pobre pequeña Keila no sabía que su inteligencia era suficiente como para llevarla lejos en sus estudios por sí sola si se lo proponía. Su madre nunca la animó a ser ambiciosa. Su madre nunca se comunicó con ella, así que el único ejemplo de vida que Keila tenía eran aquellas películas infantiles que amaba, donde las niñas no triunfaban con esfuerzo, sino con belleza y la ayuda de hombres.

De pronto, era una adolescente hermosa, alta, con curvas llamativas, sus labios eran gruesos, su cabello largo, la gente se acercaba a ella con frecuencia, le daban cumplidos sin parar, buscaban hacerla reír y sus compañeros de escuela querían estar todo el tiempo con ella. Genuinamente creyó que su cuento de hadas estaba comenzando cuando llegó un chico encantador que la hizo sentir la chica más hermosa, un chico llamado Mateo.

A Keila le emocionaba finalmente tener un gran grupo de amigas, un novio perfecto y un promedio destacable en sus estudios. Era popular, linda e inteligente. Se sentía feliz. Verdaderamente creía que era feliz. Estaba segura de que, con el tiempo, escaparía de su triste hogar y de la mujer que la odiaba, dejaría de ser una carga y viviría como la esposa soñada. Luego su novio la engañó.

—No volverá a pasar, te lo prometo —él le aseguró.

—Está bien, te perdono —ella le creyó.

—Te amo tanto —él le mintió.

Volvió a pasar poco después. Volvió a pasar otra vez. Volvió a pasar una cuarta, tercera, quinta e incontables veces. Keila lo dejaba pasar cada vez, no le dio importancia mientras él siguiera en una relación solo con ella. Un día, quedó embarazada de su novio. La pobre ilusa Keila creyó que finalmente estarían juntos “para siempre”, sin que nadie se interpusiera entre ellos dos.

Se apresuró a darle la noticia a su novio. Nunca esperó que él la tomara de los brazos con fuerza y que le pidiera abortar en cuanto escuchó la novedad. Cuando Keila me lo contó, afirmó que no podría acusarlo de maltrato físico, pero que aquel día que él la sostuvo, con sus dedos enterrándose en sus brazos, fue el miedo lo que habló por ella.

—Sí, lo que tú digas. Haré lo que quieras, abortaré a este bebé —Keila realmente quiso decir “Abortare a este bebé que yo sí quería, aunque eso dañe mi cuerpo y mi mente” pero él solo sonrió al oír sus palabras.

—Te amo tanto —profesó, y siguió engañándola.

Pasó un año cuando Keila volvió a quedar embarazada. Tuvo miedo, por lo que le planteó una pregunta “hipotética” a su novio:

—Ya pasó un año, ¿ahora sí sería un buen tiempo para... Que seamos padres? —pero él entendió la situación.

—Vas a abortar a ese feto —él ordenó.

—Lo que tú digas— ella contestó.

—Te amo tanto— él mintió. Solo que ella también mintió. Su deseo no era abortar, en realidad no quería hacerlo.

Empezó a faltar a la escuela por causa de los vómitos, náuseas, fatiga y todos los primeros malestares. Con un poco más de tiempo sola, pudo reflexionar y llegó a la conclusión de que no lo haría. Se negó a pasar por aquella experiencia otra vez, y decidió que haría su propia voluntad: seguir adelante con ese embarazo. También decidió que no haría lo mismo que su madre, no le echaría la culpa de nada a ese bebé nunca. Por esto, supo que debía alejarse de su novio. Su objetivo era ser expulsada del bachillerato al que asistía tanto ella como Mateo, donde lo había conocido.

Hizo todo lo posible para ser expulsada: se saltó todas sus clases, estropeó su rendimiento académico, vandalizó la fachada de la escuela, amenazó con atacar a sus amigas con objetos filosos cuando se acercaban a ella con falsa e hipócrita preocupación, y se peló a golpes y jalones con maestras a sabiendas de que no se defenderían. El colmo llegó poco tiempo después.

Keila fue breve en sus palabras cuando me lo contó, pues pude percibir remordimiento en ella. Sus vecinos tenían un gato que maltrataban, pero Keila lo acariciaba y alimentaba cada vez que podía. Se había encariñado con él. Un día, lo encontró abandonado, sin vida, en la calle en la que vivían ella y los dueños del gato. Lloró ese día, mas eso le había dado una idea. Se disculpó con el cuerpo del gato antes de actuar. Al siguiente día, se supo que una bola de pelos maloliente y putrefacta había aparecido en la oficina del director, justo sobre su escritorio. La nota que Keila había dejado en conjunto bastó para que supieran a quién culpar. Gracias a ello, finalmente obtuvo la expulsión que tanto buscaba.

No mucho después, su madre se enteró de su embarazo. Keila nunca hubiera esperado el abrazo con el que fue recibida aquella tarde. Después de diecisiete años solitarios de vida, Keila sintió el cariño de su madre. Hablaron y Keila se sinceró por completo al ver la mirada de comprensión y empatía de su madre. Hasta llegó a creer que todo estaría bien, las cosas mejorarían. Ante la petición de su madre, Keila aceptó entrar a otro bachillerato. Su madre la inscribió en la primera escuela que pudo, ya que no todas permitían ingresar a medio curso, pero su historial de buenas calificaciones ayudó.

La ilusión y esperanza se le arruinó a Keila tan pronto regresó a su casa en su primer día en su nueva escuela. No halló a su madre, solo un gran fajo de billetes y una nota. En resumen, su madre había salido con su novio del momento y, al no saber cuándo volvería, le había dejado lo necesario para que sobreviviera mientras no estaba.

Su madre seguía sin volver hasta la fecha en que Keila me contó aquello.

Keila, vacía, decidió que sólo le quedaba seguir estudiando mientras llevaba a cabo su embarazo. Planeaba terminar el bachillerato con las notas mínimas para pasar, era por eso que, a pesar de todo, seguía asistiendo a la escuela. Claro que cuando el vientre se le empezó a notar más, le costó ignorar todo lo que hablaban a su alrededor.

—Todos hablaban de mí, a espaldas y de frente —declaró Keila frente a mí, a punto de finalizar su relato. —Todos, menos tú.

La mayor parte de su historia me la contó aquella noche, o por lo menos los detalles más importantes. Los detalles más específicos o más íntimos me los confió más adelante, tiempo después.

Actualidad

Camino por la calle. Lo único que quiero es llegar con Kali. El día ha sido largo y pienso en que Olivia debe estar cansada, la dejé a cargo de Kali todo este tiempo. Siento alivio mientras voy a donde estacioné el carro, me alegra ir a casa de una vez por todas, no estoy acostumbrada a lidiar con tantas cosas en un solo día.

Me pregunto cómo estarán Olivia y Kali, y me permito sonreír ante la imagen mental de ellas juntas. Las quiero demasiado.

Estoy por cruzar la calle pero algo llama mi atención, o mejor dicho: alguienes. Una de ellas tiene el cabello entre rojo y canoso, la otra lo tiene corto y desordenado. Las observo desde la distancia, creo que soy la única que les pone atención. Siento como si todo el mundo estuviera en cámara rápida y solo esas mujeres y yo fuéramos conscientes del tiempo. El resto de gente sigue su camino a mi alrededor, ajenos a esa escena que solo yo contemplo maravillada.

La mujer del cabello rojo acaricia las mejillas arrugadas de la mujer cansada frente a ella. Se miran fijamente, se sonríen y se toman de la mano, luego juntan sus frentes. Cuando se besan, el vacío en mi pecho se siente más real que nunca.

“Las envidio tanto”.

Keila

Para cuando terminé de hablar, Dominique parecía no saber qué decir y no sabíamos cuánto faltaba para que los siete minutos acabaran.

—Lo… Lo siento mucho. —En ese momento, me molestó mucho la lástima que percibí en su voz.

—No lo sientas. No es como si fuera tu culpa, ¿bien? —. Bajé la mirada y acaricié mi vientre. —Igual que tampoco es su culpa.

No respondió, no dijo nada, pero su mirada era intensa y yo demasiado consciente de que su atención estaba sobre mí. Cuando sentí la caricia de su mano en mi mejilla me di cuenta de que estaba limpiando las lágrimas que había soltado. Lo que menos esperé fue que tomara mi mano. Probablemente nunca supo lo ansiosa que me puso con ese simple gesto o con su mirada.

Le regresé la mirada y pudieron haber sido horas o segundos el tiempo que estuvimos así, solo sé que me perdí por completo en ella y dije con honestidad lo qué pensé:

—No tienes idea de lo mucho que odio esto.

—¿Qué cosa?

Dominique

—No tienes idea de lo mucho que odio esto.

—¿Qué cosa? —pregunté confundida.

Creí que sus siguientes palabras serían: “ver tu cara” o “estar encerrada contigo”, pero dijo algo muy distinto.

—Las ganas que tengo de besarte sabiendo que no puedo hacerlo.

Luego abrieron la puerta.

Actualidad

Llego a la casa y agradezco a Olivia por su ayuda. Después de despedirme de ella, Kali insiste en ver una película más, así que accedo con la condición de que sea la última película del día.

Ambas estamos en el sofá, acarició la cabeza de Kali en mi regazo mientras ella mira la película en la pantalla grande frente a nosotras.

—Oye, mamá Dom, ¿por qué no hay películas de dos princesas enamoradas?, como tú y mamá Kei.

Sigo oyendo las voces del televisor de fondo pero mi atención ahora está enfocada en los ojos inocentes que me miran desde abajo. No esperaba esa pregunta.

—Bueno, Kali… —tomo aire mientras pienso en la respuesta más adecuada. ¿Cómo explicar la falta de representación en las películas a una niña? —Muchas veces, las películas no son del todo honestas. La vida real es muy diferente a lo que ves en esas historias, pues son historias creadas por personas, no son reales. Y no solo eso, antes era difícil para el resto del mundo entender que dos mujeres puedan sentir amor entre ellas.

Kali frunce el ceño. Me mira confundida.

—¿Por qué? ¿Las mujeres no se pueden querer?

—Claro que sí se pueden querer, el amor puede surgir entre cualquier persona. Es solo que antes las personas intentaban negarlo porque les molestaba ver algo diferente.

Forma un puchero y puedo ver en su rostro como conecta sus pensamientos.

—Entonces… ¿les molestaba ver personas enamoradas?

—Algo así. Les molestaba ver hombres amando hombres y mujeres amando mujeres. Pero las cosas están cambiando. Finalmente están aceptando el amor.

Kali asiente, probablemente sin entender del todo aún.

—Pues ojalá hagan películas de princesas enamoradas.

Sonrío con ternura ante su deseo expresado en voz alta y beso su frente.

Me recuerda a su madre y la realidad distorsionada que las películas le habían creado desde tan pequeña. Con eso en mente, me juro a mí misma evitar que eso le ocurra a Kali.

Le daré tanto amor a Kali que nunca terminará igual que Keila.

Dominque

Lo único que se escuchaba eran las pisadas de ambos mientras caminábamos por la acera. Perfectamente podía llamar un chofer o un taxi para llegar a mi casa, pero cuando Caleb se ofreció a caminar conmigo hasta mi casa, no quise quitarle la intención. Pensé en que podría aprovechar para hablar con él.

—¿De qué hablaste con Keila? —hablé de repente, sin detener el paso a su lado.

—Descuida, no te fui infiel. —La calma e indiferencia en su tono de voz me molestó, como si realmente creyera que esa fuese mi preocupación.

—No te pregunté eso.

Soltó un suspiro cansado que me molestó aún más.

—Esa perra te tiene ganas.

Dejé de caminar. Me detuve al oír eso y me giré para encararlo de frente y no de lado.

—¿Qué?

—Solo intentaba mantenerla en su lugar, eres mi novia —se encogió de hombros.

“Eres mi novia”

En ese punto, sentía que no conocía de nada al chico frente a mí; que por más que lo intentara, él nunca entendería a alguien como yo. Así que no valía la pena intentar entenderlo. No, él no lo valía.

Pero Keila sí.

—Pues ya no.

—¿Cómo? —Arrugó la frente y me miró incrédulo. La expresión de sorpresa que tenía lo hacía ver más tonto que de costumbre.

—Terminamos.

—Dominique, ¿qué estás diciendo? —se rió desesperado. —¿De verdad me vas a terminar por esa perra desastrosa? ¡Hace días dijiste que la odiabas! — Apenas terminó de hablar cuando resonó el sonido de mi mano contra su mejilla.

—No la vuelvas a llamar así, tú no.

Me dí la vuelta y empecé a caminar con prisa.

—¡Dominique!... Maldita sea, ¡Dominique!

Mientras más me alejaba, menos escuchaba su voz.

—¡Adiós!

No sabía si ella seguiría en la fiesta pero valía la pena intentar averiguarlo.

Corrí en la misma dirección por la que estaba caminando poco antes y, tan pronto divisé la casa de la que había salido, identifiqué a Keila en la distancia, saliendo del mismo lugar. Sonreí con esperanza y llegué hasta ella. No perdí tiempo y la tomé de la muñeca, la jalé hasta el callejón que formaba la casa de la fiesta con el edificio del lado.

Me miró extrañada y desconcertada, la sorpresa en su expresión gritaba que no entendía nada.

—¿Dominique? ¿Qué haces? ¿Dónde está el perro ese?

—No lo sé, pero ya no me importa, ya terminé con él —respondí, agitada por haber corrido en poco tiempo. A pesar de eso, mantenía una sonrisa emocionada y sentía la adrenalina del momento por lo que planeaba hacer.

—¿Terminaste…? ¿De verdad? ¿Por qué? ¿Te hizo algo? —Sus ojos confundidos empezaron a buscar por mi cuerpo señales de forcejeo o violencia. Reí ante lo encantadora que me pareció su preocupación.

—No, fue porque alguien me dijo que es un perro que no vale la pena. —Reí en voz alta, cada vez me aliviaba más mi decisión y me preguntaba ¿por qué no lo había terminado antes?

Sin despegar mis ojos de Keila, presencié el momento en que comenzaba a entender la situación y sus ojos se abrían con sorpresa y su boca comenzaba a emitir una serie de carcajadas. Se rió y echó la cabeza hacia atrás, pues estaba recargada en la pared del callejón.

Ahora que la tenía de frente, examiné con libertad la expresión que tenía. La forma en que achicaba los ojos, los hoyuelos que se formaban en sus mejillas y lo dulce que sonaba su voz para mí cuando reía. Era tan preciosa como irresistible. Ni siquiera me contuve cuando jalé el cuello de su ropa para eliminar la distancia entre nosotras.

Finalmente pegué mis labios a los de ella con una desesperación inhumana y me impregné tanto de ella como pude. Succioné su labio inferior y exploré el resto de sus labios con necesidad. Mi señal para continuar con consentimiento fue el par de manos que sentí en mi cintura, subiendo y acercándome a ella.

Pocos segundos después nos separamos y cuando tomé aire me di cuenta que me estaba quedando sin él, pero no me importaba. Su mirada estaba sobre mí y ahora las dos estábamos con la respiración agitada a más no poder. Aún así, sonrió, rió y luego gritó:

—Mierda, ¡te odio tanto!

Reí con fuerza y apoyé mi frente en la de ella sin poder borrar la sonrisa en mi rostro. Me separé y fue mi turno de gritar.

—¡Te odio más!

Entonces yo sostuve su rostro y su boca atacó la mía con un anhelo tan fuerte que nos consumió a las dos. Finalmente estábamos juntas, así que decidimos besarnos como si fuera el fin del mundo. Volver al menú principal